* Juan Márquez y Genaro Tolosa hablarán sobre el tema en la Sala de Formación Lectora del ISIC
Culiacán, Sin.- La Sala de Formación Lectora del Instituto Sinaloense de Cultura invita a la charla sobre Culiacán 1913: Martín Luis Guzmán y los caudillos sinaloenses, a cargo de los maestros Juan Márquez y Genaro Tolosa, que se realizará este viernes 11, a las 17:00 horas, con entrada libre.
Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1887 – Ciudad de México, 1976) es uno de los grandes narradores de la etapa de la Revolución, ya sea como testigo o protagonista. Entre sus obras destacan El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929) y Memorias de Pancho Villa (1951), entre otras.
En su libro El águila y la serpiente, el escritor narra su llegada a Culiacán y de su trato con algunos caudillos revolucionarios tras la segunda toma de la pequeña ciudad, entre ellos Ramón F. Iturbe, Juan Carrasco, Rafael Buelna y Felipe Riveros, entre otros, de quienes hace breves pero certeras descripciones.
Al Culiacán de esa época lo describe así: “Había, además, en la atmósfera de aquella pequeña ciudad, modesta y grata, una radiosidad que convidaba a gozar de ella desplazándose dentro de su ámbito; una madurez de vida, en pleno diciembre, que —tras los días resecos y terrosos de Hermosillo— tonificaba el ser, lo enaltecía, lo precisaba y aguzaba, y ponía a flor de cuerpo el ansia de entrar en contacto con las cosas.
“Durante el día todo se ataviaba con raro prestigio en Culiacán. Las aguas del Tamazula eran de un tinte azul idéntico al del cielo, sólo que en el río quebraban el tinte azul las manchas morenas de los cantos y lo limitaba, en lo hondo de la transparencia, el lecho de arena, coloreado en contraste.
“Crecía en los alrededores de la ciudad, en roce estrecho con los muros de las últimas casas, una exuberante vegetación: huertos espesos, cañaverales tupidos, alfombras de verdura perpetua bajo el moteo de las flores. Y el cielo, de una claridad a veces deslumbradora, vertía sin cesar sobre ese campo y las calles que en él trazaban los grupos de casas, ondas de luz que lo doraban todo. Así iluminado, nada había feo o inerte: el lodo mismo irradiaba reflejos que parecían ennoblecerlo”.
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